Yaces tristemente,
tendido, en uno de los rincones para marginados.
Casi te resignas,
casi crees a otra mentira (sofocado en otras viejas)
y, cuando no
importaste a quien pretendiste o amaste, cuando fuiste rechazado
o dejado de lado,
parece que se enciende esa luz que apagaron (o te apagaste)
y, cuando todo
parece ir normal -con buen viento de cola- el pasado inmediato
(el más lejano)
parece visitarte... ¿Será para probarte? ¿Será para servirte?
¡Sabes de qué
hablo!
Tu luz se extinguía
o, por heridas, sangrabas desinterés y, de una noche para otra,
algo parece
cambiar...
¿Por qué vuelven
los fantasmas?
¿Por qué -sólo tú-
reconoces sus vados?
¿Es que algunos,
enojados, te negarán a ti o a mí?
Estabas allí,
moribunda, como lamiendo tus heridas.
En las sombras, las
penumbras, oigo sonidos de voces.
Son fantasmas -¿o
enemigos?- que no quieren te toquen...
¡Jesús lloró! (Juan 11:35).
Quizá pocos, ya no
muchos, vieron estremecer Su alma y, en Su calma, no distante, supo lo que en
tinieblas ellos decían:
“¿No podría éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho que Lázaro no muriera? (Juan 11:37)
María, aquella
hermana -desconsolada y abatida- corrió a Su encuentro:
“El Maestro está aquí y te llama” (Juan 11:28).
¡Llámame a mí!
¡Sácame de este
sepulcro!
Mi nombre no
importa, sácame de aquí...
¿Cuál será el peso
verdadero de esta mortaja?
¡Fétido olor! El de
la traición y el desamor...
“¡Señor! Si
hubieras estado aquí -pontrándose,
en lágrimas- Lázaro no habría muerto!” (Juan 11:32).
“¿No
te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11:40)
Estaba allí aquel
hombre, tendido, a oscuras... ¡Muerto!
La luz entró en su
sepulcro, para iluminarlo; pero la voz del Hijo de Dios penetró (a su cuerpo)
para darle vida y sacarlo a la verdad que sobrepasa a las otras.
¡Lázaro! ¡Sal de
allí! (Juan 11:43)
Y la luz de su voz
entró, y el que estaba muerto salió, atado de pies y manos...
“Desántenle y déjenle ir” (Juan 11:44)
Y hoy te quito esas
vendas, te desligo de ataduras...
¿Harás algo con las
mías?
¿Pondrás bálsamo en
mi alma, cuidarás de mis heridas? No me
obligo con las tuyas...
Déjenle
libre, dijo Él (ya Jesús deliberó).
Y el milagro soy yo (como
ha dicho esa mujer).
El milagro serás
tú, cuando te quites el velo, cuando retomes el vuelo, y vivas para quien
querías.
¿No puedes tú,
sanar a las heridas, buscar otra salida, teniendo a quien querer?
“Dejádle ir” -ha dicho Aquel- y si has
de querer: Sola volverás ...
“Dejaré
sola decidas, si convengo, me quieres o no...” ( Cita a mi escrito “**” )
Tal vez, lo que
concebimos como vida, sea este constante “hacer” para “deshacer”. Quizá sea una
recurrente prueba de ensayo y error (la que queremos
evadir), pero no debemos reprobar.
Tal vez debamos
-¡lo haré yo!- tomar todo el peso del riesgo, el dolor de otros fracasos, y usarlos como espada (y nunca como escudo) para avanzar en la vida (ésta, que tanto
desengaño acusa o, por otros, disminuye o se demuestra).
Puede ser -no lo
sé- la pila de experiencias no sirva a nada, excepto como prejuicios y ellos
nos impiden -siempre y condicionalmente- seguir hacia adelante ¿Qué tenemos
para perder? ¿Cuánto
podríamos ganar?
¡Da lo mejor de tí!
(otras o otros -también- lo dieron) (y muchas veces, ni entendimos).
Sigue adelante (el
milagro eres tú) y no te amontones en el camino, no seas tropiezo a
otros (ni permitas que obstruyan lo que está en tu marcha o puede ser
tuyo).
¿Qué será? ¡No lo
sé! Pero el pasado no existe y, si los espectros -tus fantasmas- te
visitan ¡Échalos fuera! (exorcísalos).
Si no pudiste
antes, con ellas (con ellos) ¿Cómo será mejor ahora? ¡Repúdialos! Aléjales de
tí.
El pasado ya no
existe; y el presente, es lo que cuenta.
¡Sí! ¿Qué será?
El dolor duele y es
parte de ésto (pero no puedo
vivir a medias o anestesiado)...
Cargaré
mi cruz! (y
podré con la tuya).
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