Hace mucho, cuando la ciudad vacacional “Los
Caracas” era mucho mejor, pasó algo. Solíamos ir en las vacaciones escolares y
–para mí- era lo mejor del mundo, como para cualquier muchacho citadino.
En aquel entonces no tenía experiencia de snorkeling
ni los implementos, pero siempre me gustó ver bajo el agua, explorar ese mundo,
y era mucho mejor que contemplar mi limitada pecera. Lo hacía en el mar (pero
solo en la orilla), lo hacía en el río, con mucha más confianza y, al irnos a
esa piscina de agua salada (el mar la nutría) alguien tuvo la previsión de no
abandonarme a mi voluntad: Me dieron un salvavidas, un flotador.
No superaba la edad de 10 años. Nunca me había
aventurado a más de mis límites y, ese día, sentí que podía cruzar el mar a
nado; pero era una piscina bastante grande para practicar el rudimento de la
experiencia.
Recorrí cada rincón de “El
Botuco”. Lo hice a
pie y por el agua; sin embargo, había un sector –hacia el centro- que tenía una
pila de rocas que servía para tener dos trampolines (según recuerdo). No podía
caminar hasta ese sitio, era una suerte de isla en medio de una piscina de agua
salda, y tenía mucho movimiento de gente: Llegaban a ella sólo los que sabían
nadar…
No recuerdo cómo ni cuándo me hice de ese salvavidas
infantil. Observé que, los que cruzaban a nado, tenían cierta dificultad en
subirse a ese muro de porcelana que antecedía a los trampolines, pero yo quería
lanzarme de alguno, aunque fuere el más chico: Se peleaban por un lugar en la
cola…
Recorrí el sitio a nado. Descubrí un orificio por el
cual muchos cruzaban nadando, bajo el agua, y ¡eso quise hacer yo! Advertí que
tomaban aire, que luchaban un poco contra la corriente y ¡vencían!
Hice mis ejercicios respiratorios. Calculé el tiempo
de nado. Era un trecho de unos 2 ó 3 metros ¡Yo podía hacerlo! ¿No lo hacían
otros?
Me dispuse, observé. Esperé que el área se despejara
de otros (que también querían entrar) y estimé mi turno, y mi tiempo. ¡Yo lo
haría!
Tomé aire, me impulsé hacia abajo, con decisión y fuerzas; pero olvidé
que el aire del salvavidas siempre me impulsaría hacia arriba…
¡Me atoré! Quedé atrapado en una burbuja de agua, pegado a lo que
parecía ser el techo...
Forcejeé, luché y pensaba solo.
El camino de adelante estaba vacío. No miraba regresar
ni pensaba en devolverme ¿Para qué? Siempre voy adelante. No tenía ni tuve
miedo.
Yo braceaba, inútilmente. No sé cuánto avancé ni a
qué distancia me detuve ¡Parecía atorado!
En cosa de segundos (quizá minutos) alguien me vio y
me dio un impulso, pero en retroceso (no recuerdo su cara). Yo hubiera
muerto. Comenzaba a inquietarme, y el agua salada hacía lo suyo, dentro de mí.
¿Quién era esa persona? ¿Buscó fama y honor? ¡Nada!
¿Cómo es que llegó, en un momento tan propicio y oportuno?
Los segundos parecían inmensos, en tal atasco.
Uno no precisa qué es lo que pasa, y la noción del
tiempo se altera.
La visión se obnubila, pero se ven algunas burbujas:
¡Uno quiere respirar!
Pero, ¿bajo el agua?
No pude cruzar (ese día).
Salí -me
sacaron- algo mareado y, “mi salvador”, me preguntó un par de cosas y no
recuerdo qué le respondí: Pero no moriría (no ese día).
De todo esto, saqué alguna que otra nueva lección.
Al tiempo, como muchos otros, crucé varias veces el trecho (pero esa no es la
lección).
Aprendí a nadar (no soy tan bueno) (ni muy malo)
pero lo importante NO ES ESO.
¿Qué es lo importe?
Lo importante –y necesito tiempo para esto- es que
MUCHOS TENEMOS UN SALVAVIDAS, y lo estamos ignorando.
Uno puede tomarlo en múltiples aplicaciones, en
muchos modos; pero Él no te deja, a menos que tú lo botes, que tú lo
dejes, y lo abandones (al
auto-abandonarte).
Hace dos milenios Jesús habló del ahogo, de ese
estancamiento (Lucas 8:14). Uno dice ¿hace tanto tiempo? ¡Sí! Y, ciertamente,
es una pena no contar con la tecnología, con los audio-videos, porque nos
habrían mostrado muchas cosas. ¡Sólo tenemos una porción de lo que Él decía!
Hay un viejo refrán: “Dios no le da cacho a burro”.
Es una verdad popular y, uno de estos días
desaparece ¡Hay cosas nuevas! (pero las oportunidades, muchos y muchas las
pierden).
¿Qué es lo que sucede? Lo bueno se ahoga, se sofoca,
se mata y se pierde.
Geográficamente, el mundo tiene diversidad. En lo
socio-cultural, también, existe esa diversificación y, en relación con el medio
ambiente, quienes viven en los desiertos de este mundo, aprenden a valorar más y mejor el agua y a esas
oportunidades en que ella aparece. Puede que yo la derroche, puede que yo la
subestime; pero para quienes es muy escasa y difícil, lo que yo desdeño, para
ellos vale oro.
Jesús hablaba del sembrador. Un sembrador hábil y
experimentado, jamás tirará la buena semilla al voleo. Un sembrador que tiene
gallinas y que sabe que siempre hay aves de rapiña, jamás lanzará semillas
valiosas a la boca del predador y, mucho
menos, al pavimento asfaltico ¿Quién ara
dichosamente en el mar? (Las ballenas, los tiburones y orcas).
Las semillas que son desparramadas en pedregales, en
esa tierra llena de piedras y espinos, por lo general, no prosperan. ¿Qué
agricultor -en su sano juicio- no prepara el sitio de la siembra? ¿Quién no
desmaleza y deshierba, si quiere una cosecha abundante? (Sólo Dios).
Uno dirá: ¿Qué clase de sembrador es éste? ¡Tira la
semilla a diestra y siniestra! (Él es quien todo lo puede). ¿Cómo espera cosechar, si la tierra es mala o está rodeada de
cizaña y tanta clase de problemas? (Lucas 13:7-8)
Tradicionalmente, esa alegoría se entiende como
referida a los pastores y evangelistas “que la siembran…” (No son
ellos los sembradores). Muchos piensan que la buena semilla, la palabra de
Dios, puede ser sembrada, luego que Jesús mismo la hizo brotar y flotar a lo
largo de dos mil años de historia. ¡No es así!
Cristo es y fue el sembrador: Jesús les
respondió: "El que siembra la
buena semilla es el Hijo del
Hombre… (Mat 13:37).
Sin profundizar en argumentos, presento unos pocos
versículos que, autoritativamente, desmienten esa presunción evangelística o
del egocentrismo tradicional pastoral:
“Yo soy el camino, la
verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” Juan 14:6
Todo lo que el
Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, yo no le echo fuera.
Juan 6:37
Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios.
Así que, todo aquel que oyó y aprendió del Padre, viene a mí.
Juan
6:45
"Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que Me envió, y Yo lo
resucitaré en el día final.
Juan 6:44
"Por
tanto, pidan al Señor de la cosecha que envíe obreros a Su cosecha." Mat_9:38
“Porque en este caso
el dicho es verdadero: 'Uno es el que
siembra y
otro el que siega.'” Juan
4:37
"Pero
su señor le dijo:
'Siervo malo y perezoso, sabías que siego
donde no sembré, y que recojo
donde no esparcí. Mateo 25:26
¿Sólo dijo Jesús esas cositas?
Siempre dijo más de lo que se
escribió… ¡Sólo esto nos dejaron!
¿Puedo flotar o volar con ello?
“La semilla que cayó entre espinos,
son los que han oído (el evangelio),
y al continuar su camino son ahogados por las preocupaciones, las riquezas
y los placeres de la vida, y
su fruto no madura.” Lucas 8:14
¿Con qué elocuencia habrá dado Jesús ejemplos?
Sabemos que, por inferencia, a los 12 años, Jesús se medía en
inteligencia y sabiduría con eruditos y académicos de aquellos días (Lucas 2:46).
Extraviado a esa edad, ya tenía una madurez sin sofocos que no lo llevaba a
correr buscando refugio entre Sus parientes; sino a preguntar y a responder, en
medio de los que ya eran doctos.
Uno tiende a estancarse en breves ahogos, cuando el oleaje de la
incertidumbre golpea nuestros muros y cedemos sin contención.
Uno puede asirse a un leño seco, intentando cruzar la inmensidad de
mares insondables y de mareas desconocidas.
Uno puede caer en el error de valerse de algo impropio, de alguna
persona, para ascender, para subir; y -al hacerlo- la ahogamos o la
perjudicamos, muchas veces siendo vilmente dañinos y, ante los resultados,
yacemos de un modo e irreconciliable.
¿Qué son nuestros ahogos? ¿Qué nos impulsa?
¿No nos ocupa y lo que preocupa?
Cuando Jesús habló de las
riquezas, debió hablar mucho más de lo que nos cuentan en la parábola de
Lázaro y el rico (Lucas 16:19-31). Estoy seguro de que pudo hablar más de
Labán, el hermano de Rebeca (Gén
24:29) y cómo ésta fue impresionada por la fortuna que Abraham dejaría en la
herencia de su hijo Isaac (Gén.
24:35-36; 53).
¿Cómo no hablaría de la dulce Abigail?
Ésta dejó su fortuna (¿en
manos de
subalternos?) para irse en brazos
de David, y todavía éste no tenía medios ni parte en el reino, sino que era una
clase de perseguido político en los
tiempos de Saúl (I Samuel
25:41-42).
Cuando le imagino hablando de
ahogos, inconveniencias, lo veo asistiendo a las bodas de Caná (Juan 2)
multiplicando las cosas que alguien no tiene, para suplir necesidades.
¿Habrá predicado alguien de esa tonta necedad?
Me explico:
Si voy a casarme, y escasamente tengo para comprar mi ropa o la de la
novia.
Deseo complacer a mi futura esposa, o a la familia, (me voy a casar
con una mujer de otro nivel social) y me presionan para hacer una fiesta “inolvidable”.
No tengo cómo comprar todo, los amigos y familiares “me ayudan”,
pero invitan a más personas de las que puedo contar o alojar en el coctel de celebración…
-¡Jesús!
¡Jesús! Se les acabó el vino ¡Qué vergüenza!
-¿Y
qué quieres tú que haga, mujer? (Juan 2:4)
-(Tú
sabes qué hacer) ¡Hágan lo que Él les diga! (Juan 2:5)
¿Dios no le da cacho a burro?
No sabemos ese cuento completo...
Es obvio que hay partes que no nos contaron, pero el milagro se dio:
-Todo hombre sirve
primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el que es
inferior, pero tú has guardado el
buen vino hasta ahora. (Juan 2: 10)
Es obvio que le robaron la gloria a Dios y se la dieron al
“dueño” de la fiesta. No sabemos si el suceso pasó por negligencia del esposo,
por injerencias de la familia (o de los aprovechados amigos) ¡No lo sabemos!
(Esto es un caso especulativo) ¡Pero había DEMASIADA GENTE!
¿Cuántos no desean casarse y caen en el mismo error?
Yo diría que es un problema de estrategia, lo importante
es el matrimonio y, para no caer en sofocos, para no AHOGARSE EN DEUDAS ¡Concéntrese
en lo importante! (casarse) El resto
es paja que se quema y, si quiere una fiesta “inolvidable”… ¡Pase la misma
pena! (invite a 100, cuando sólo puede darle un trago a 20).
Matrimonios.
A la hora de “tirarse al agua”, hay gente como Labán y como
Rebeca: Miran lo material como atractivo; pero hay gente que mira las cosas con
la sabiduría de Abigail (aunque luego vino a ser “la concubina”, debido a que
David salió más promiscuo de lo debido). ¡Qué lástima!
Uno intenta cruzar sus mares. Uno se vale de los remos de
los brazos, de la quilla de un envalentonado corazón en pecho, pero las cosas
no siempre resultan como uno quiere: Algo te empuja hacia abajo (para ahogarte)
o algo te llevará hacia arriba (usando a otros)… ¡Líbrenos Dios de otro error!
Nadie puede negar la importancia de la belleza, de los bienes; pero esto no es lo que nos
mantiene a flote (menos al tirarnos a la aventura del matrimonio).
El saber popular siempre mantendrá aquello de “amor con hambre no dura” ¡Es verdad! (¿pero
es eso todo?).
Las riquezas –a veces- son un estorbo (pero no siempre).
¿Qué diría Rebeca?
Pero si éstas se acompañan al cúmulo de preocupaciones (y los excesos en
los placeres de la vida) ¡Bum! Es como tomar alcohol junto a ciertos
medicamentos. ¡Lea la historia de Abigail! Su marido (Nabal) tenía dinero, pero
la maltrataba y era avaro…
A la sazón, de Rebeca sabemos poco. Es posible que la unión
de su belleza, el amor y LA BENDICIÓN DE DIOS hayan colmado esa unión matrimonial
por muchos años; no obstante, en la Biblia (y en la vida) hay muchas muestras
de adulterio, de promiscuidad, y creo que eso no
tiene la aprobación de nadie.
1) No está bien que, al momento de
lanzarnos al agua, nuestros salvavida$ sean los recur$o$ ajenos, y no los
propios: “Arropémonos hasta donde nos llega la cobija”.
2) Comenzar una vida de parejas, sin la
debida planificación (o con la recurrente injerencia de terceros) augura la necesidad de constante ayuda externa y “el que se casa, casa quiere”. (Somos administradores de lo
nuestro, pero no con los extraños).
3) Al casarnos, algunas veces, dejamos
fuera de la lista de invitados al SER
MÁS IMPORTANTE DEL UNIVERSO. ¿Será que, alguna vez, requerirás de alguno de
Sus milagros?
¡Pienso que sí!
Hace más de 13 años, Él me dio una interesante lección: Mi ex
esposa y yo estábamos desempleados y con poca comida. Yo le había pedido que
dejara su productivo empleo para atender a nuestro primer hijo, y no recuerdo
por qué causa yo perdí el mío (quizá lo dejé, lo abandoné por disgusto o no me
sometí). Ella, viendo nuestra necesidad, me invitó a orar y yo –decididamente-
accedí. NO recuerdo cuán intensa o larga había sido la plegaria, sólo sé que
–justo al terminar- a muy poco rato, una señora golpeó a la puerta y, siendo
que yo no la conocía, pregunté, y ella me pidió ver a la madre de mis hijos.
Hubo el formal saludo. No fue una larga visita y, para
nuestra sorpresa, el par de bolsas negras que había traído en las manos a su
llegada, eran las provisiones que “Dios le había puesto en
idea traer” (¡Es decir!
Dios le puso la idea de traernos un mini-mercado).
¿Me pasó como al sofocado hombre de Caná?
Yo no me quedaría callado con el crédito que me dé otro. Yo
no haría una celebración, cuando ni siquiera tengo un baño en lo que llamo
“casa”… pero si tengo que cruzar a nado la aventura de esa vida, si debo volver
a cualquier intento para “echarme al agua”, no lo intentaré sin mi salvavidas.
¡No lo invitaré de último!
Porque Su lugar siempre es el primero.
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