Pública y reiteradamente gracias.
Sabes que no hallo cómo manifestarte mi agradecimiento,
mi reverencia ni mi adoración.
¿Cómo iba yo a imaginar tal bendición en
mi vida?
No obstante, ni ella ni yo intuíamos las
diferencias y, aún así, fue una aceptación ingenua, pura y, de mi parte, fue
total, bella, y hasta prudente (te bendigo, porque ella me bendijo).
Hoy, cuando este sentir no se hace menos,
sino que se transforma en esta brisa que a sus alas sopla… ¡Llévala con bien!
Dale fortaleza, sabiduría (y que cierre su
pico) (yo, también, soy bocón) (y hasta notaron un parecido).
Hoy –puede ser- no distinga la verdad de
lo idílico. El embeleso de sus besos, pero la verdad es la verdad: Entierra tú
a sus muertos (le cuesta soltarlos) (entiérrame con ellos).
Jamás. Jamás. ¡Jamas! Deje que olvide esta
breve y larga historia ¿Se ama, así, a los 50?
¡Hasta los carajitos se burlaron cuando
nos vieron en la grama?
¿Es que sólo un joven y una doncella se
aman?
Pero ¡tú sabes qué pasó! (y qué pesó).
Ya no podré besarla.
No la besaré con letras, sino con hechos, y oraciones.
Convierte a alguien a la religión de mi amor… ¡Conviérteme a mí, también!
No me informaré cuando ella esté lejos ni
cuando esté al abrigo de ese puente (que ha de cruzar) pero –algo te pido- ¡No
me desampares! (sé que me expongo, pero esta es mi lucha: Ahora la tuya).
A cualquier hombre, a cualquier mujer, que
haya conocido el amor: ¡Dale otro que le colme!
Dale otro ser que le llene. Que no sea
nada a medias, que el pasado ajeno esté enterrado y te tenga a ti, y me ame a
mí…
El resto es carpintería.
Esto ha sido perfecto: Bendícelos en efecto.
¡Amén!
Antonio T.
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