Thursday, June 03, 2010

"Final Frontier", traducción al español.

Escribí al Dr. Richard Kent para pedirle su permiso para poder hacer parte de este trabajo en Español. La versión que publica en la Internet es muy extensa y circunscribí mi trabajo a lo que considero el centro de su trabajo, que es el reporte de las experiencias de otras personas que trabajaron o experimentaron -muy de cerca- una experiencia cercana a la muerte.

En la medida que pueda, iré presentando los capítulos que vaya traduciendo y publicando en este sitio...


CAPÍTULO 10: EL DR. MAURICE RAWLINGS EXPLICA LAS NDE

El Dr Maurice Rawlings es un especialista de enfermedades cardiovasculares en el Centro de Diagnóstico y en el área de hospitales de Chattanooga. Se graduó con honores en la escuela médica de la universidad George Washington y sirvió en la marina y en la armada y se convirtió en el jefe del departamento de cardiología del hospital general de Frankfurt, Alemania. Fue promovido a jefe de doctores en el Pentágono, atendiendo el staff de jefes adjuntos, los que incluyeron a los Generales Marshall, Bradley, and Dwight Eisenhower, antes de que fuese el presidente de los estados Unidos.
En la vida civil fue asignado a la facultad de Enseñanza Nacional de la Asociación Americana del Corazón… (omito el resto de la traducción sobre sus créditos, libros y honores, dando paso al tema de mi interés).

“Todos los casos de Experiencias Cercanas a la Muerte (NDE) que haya oído –nos relata Rawlings - tienen que ver con procedimientos de resucitación enseñados en muchas naciones, y han sido buenas, hasta ese día en que una de ellas se me tornó negativa. Ésta se debió a que comenzamos la entrevista mientras aplicábamos el procedimiento de resucitación al paciente, en medio del calor de esa batalla.
Era un hombre de 47 años, cartero del correo de USA, que se ejercitaba en una máquina que reproducía el dolor en su pecho, del cual se había quejado antes, mientras realizaba ejercicios en su casa. En lugar de tener sólo el dolor, el curso de su electrocardiograma se volvió loco y cayó muerto sobre la máquina en que lo monitoreábamos, y fue tirado por ésta, como si se tratase de una bolsa de basura. El resto de los doctores habían salido del edificio, pero las enfermeras estaban allí y sabían qué debían hacer en ese caso. Una comenzó con una intravenosa y la otra colocó una bolsa para ayudarlo a respirar. Yo estuve aplicando una compresión externa del corazón y el paciente comenzó a decir: “¡Doctor, no pare!”. Al momento en que me detuve para alcanzar algo, volvió a decir algo como “Estoy en el infierno de nuevo”. La mayoría de los pacientes diría: “Quíteme sus grandes manos de encima, me está partiendo las costillas”, pero en ese momento supe que algo estaba mal.
Él tuvo una complicación en la que tuvimos que intervenirlo quirúrgicamente, allí mismo en el piso ¡Eso tuvo un gran efecto en mí! La sangre salpicaba en todas partes y yo estaba presionando su pecho cuando le pedí que se callara para no molestarme con su asunto del Infierno. Yo intentaba salvar su vida y él intentaba contarme acerca de la nefasta pesadilla que había tenido durante los espasmos de sus dolores de muerte. Eso fue lo que pensé mientras seguía diciéndolo.
Las enfermeras pusieron esa mirada que me daba a entender que el hombre estaba motivado por los últimos deseos de un moribundo. Repentinamente, me pidió algo que lo consideré más insultante: “Doctor, ore por mí”. Le dije que estaba loco, y que yo no era un ministro del evangelio. Nuevamente insistió en que orara por él y las mujeres seguían con esa mirada compasiva, como esperando anticipadamente una respuesta positiva de mi parte, y así lo hice. Dije una clase de plegaria –sin sentido- que era para que creyera que la hacía. Mi intención era quitármelo de encima, así que le pedí repetir, después de mí: “Yo creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”.


-¡Por favor! –me dijo- ¡Sáqueme del Infierno!
-¡Vamos! –le dije- ¡Dilo conmigo!... Repite que tú crees que Jesucristo es el Hijo de Dios y, que si vives, serás Suyo para siempre.

Recuerdo claramente esa parte muy bien –dice Rawlings- porque yo mismo he estado en “ese tenedor” hasta que me convertí en un firme cristiano. Cada vez que interrumpía el proceso de resucitación, para hacer algunos ajustes, él convulsionaba, se volvía azul y dejaba de respirar cuando su corazón paraba de latir; entonces tenía que comenzar todo de nuevo, de la manera que pudiese. Cada vez que lo perdía, él parecía volver a bajar en el Infierno.

Después de que dije que no habría más experiencias agónicas, que no tendría otra pelea con una actitud negativa, el paciente se calmaba. Le pedí que al día siguiente me contara acerca de lo que vió en su experiencia en el Infierno. Le dije que había asustado a terriblemente a las enfermeras y que mucho más a mí. Me respondió: “¿Qué Infierno?... Luego que Ud oró por mí, recuerdo haber visto a mi madre cuando estaba viva, aunque ella murió cuando apenas yo tenía tres años”. ¡Imposible! –le dije-. Un día después, su tía le trajo un álbum de fotografías, al revisarlas, de inmediato reconoció a la mujer que había visto en sus visiones, debido a que ella usaba la misma ropa que aquella vestía. Aunque nunca la había visto como tal, la vió en el Cielo. Lo que aparentemente ocurrió, fue que sublimó sus experiencias del Infierno hasta las partes indoloras de su memoria, pero sólo al momento en que se hubo convertido a Jesucristo.
Esa oración “sin sentido” que hube orado por él, para cambiar su humor, no sólo lo convirtió a él, sino que también me atrapó a mí. ¡Ambos nos hicimos cristianos en ese momento!
Yo me había especializado en métodos de recuperación, bastante tiempo atrás, y los enseñaría en la escuela o en cualquier lugar del mundo, a fin de que se conociesen las prácticas de recuperación de una muerte repentina. Suponiendo que la gente sabe qué hacer, que los pacientes no han estado en una muerte irreversible, 50% de las muertes clínicas pueden ser revertidas nuevamente a la vida. La enseñanza sobre la resucitación cardiopulmunar ha seguido desde 1973 y cada vez mejora más. El problema es que el término de “Experiencia Cercana a la Muerte” (NDE) se ha convertido en una clase de canasta en la que se echan varias clases de experiencias, algunas relacionadas con luces intensas, pero nada ligadas a la muerte clínica como tal. Nosotros estamos tratando de limitar las investigaciones a ese campo, donde la respiración y el corazón se detienen, porque éstas son más sensibles al flujo de sangre hacia el cerebro. Hay un límite de cuatro minutos antes de que el tejido cerebral comience a morir. Diez minutos sin resucitación cardiopulmonar (CPR) puede producir la idiotez propia de alguien con un bajo nivel de inteligencia cerebral (IQ). ¡Hay excepciones! Tuvimos un caso de rescate en Oregon donde un hombre estuvo sumergido 45 minutos en aguas a punto de congelar y sobrevivió exitosamente del efecto de hibernación.
Cerca del 18% de los primeros 200 casos que manejamos, fueron casos de experiencias con el Infierno, y tal porcentaje ha incrementado subsecuentemente, en la medida que ha habido más médicos cerca. Los Certificados de Defunción en las salas de emergencia han tenido que ser re-certificados y ahora hay más gente recolectando información. La incidencia reportada de casos infernales es ahora cercana al 36% y aproximándose a una relación del 50 a 50.
Muchas personas, con los eventos del Infierno, verdaderamente se han bloqueado la conciencia para no narrar tales experiencias luego, debido al horror que les producen, una vez hayan sanado. Algunas veces, cuando las concientizan estando conscientes, gritan de temor a causa de las llamas. Una experiencia, en particular, fue la de un actor en Houston que hubo que intervenirlo quirúrgicamente para repararle la aorta. En el proceso el vió las llamas infernales y, cuando descendía una cúpula sobre él, cayó y el fuego le salpicaba y ese momento notó una figura negra que se le aproximaba. Esa sombra le hacía señas para atraerlo y que se le uniera y éste le preguntó quién era y ésta figura le respondió que venía de parte “del Ángel de la Muerte”. Él estuvo en el lobby del Infierno y le dijo que no la seguiría… Ese episodio le cambió toda su vida. Mientras que la mayoría de esas experiencias les muestran lagos de fuego, otros sólo ve una oscuridad muy profunda.

Una de esas últimas fue la del doctor quien había estado viendo un juego de futbol en un colegio. Había estado tan emocionado por una carrera espectacular que, de inmediato, cayó muerto. El equipo de la ambulancia asignada al estadium, lo defibriló. Él tuvo que escoger piezas de un rompecabezas sobre una cinta transportadora, bajo amenaza de penalización si estaba equivocado. No había llamas de fuego pero él seguía gritando “Estoy en el Infierno”. Su esposa estaba arrodillada cerca de su cama orando y se supo que ese doctor no quería ser cristiano, porque su esposa lo era y la odiaba por ello, como a todos los cristianos. A causa de esta experiencia, el Infierno dentro de este hombre –literalmente- lo aterró, y se convirtió al cristianismo.
Muchas personas ha tenido buenas experiencias limitadas a ver luces. Hay un libro en particular “Abrazado por la luz” (Embraced by the Light) pero como cristiano nacido de nuevo, tengo problemas con su contenido. Aunque sea una buena historia, dice que nuestros pecados y faltas son superfluas y que Jesús vino para mostrar amor, y no para buscar y salvar a los que están perdidos. El libro, también, deja entrever que todos tuvimos que ver con la creación, asistiendo a Dios, y que -por tanto- el pecado no es parte de nuestra verdadera naturaleza. ¡Va completamente contra la Escritura!
Tantas personas padecen estas experiencias cercanas a la muerte, que unos creen estar en el Cielo, aunque no sean creyentes de Jesucristo. El “Ángel de Luz” que ellos ven al final del túnel, la primera vez que mueren y salen de sus cuerpos, parece recibirles incondicionalmente, sin importar lo que ellas hayan hecho.
Los teólogos, por el contrario, nos dicen que Satanás es capaz de aparecerse como ángel de luz y engañar a muchos, así que pregunto para mí mismo ¿Qué es lo que verdaderamente ven?
Un hombre que había asesinado a dos personas en un estacionamiento, se disparó tres balas a sí mismo en el pecho. Al momento de la resucitación artificial (pulmo-cardio-respiración) tuvo esta maravillosa experiencia de luces. Luego, más tarde, me preguntó si Dios era un Dios perdonador, porque el mensajero de “la luz” no era de parte de Dios, esa primera vez. El hombre se cuestionaba a sí mismo sobre la propiedad de su experiencia.
Por otro lado, hay quienes han visto a la luz con Cristo crucificado, lo que sirve para confirmarles su fe, en lo que –a menudo- se transforma en el momento más grande de sus vidas. Ahora ellos saben lo que les va a pasar cuando mueran realmente... Por tanto, creo que muchas de estas experiencias con “la luz” son deliberadas representaciones engañosas manipuladas por Satanás, quien –a propósito- desea que la gente crea que las puertas del Cielo están abiertas para cualquiera.
Algunos, por supuesto, hasta han creado una religión de las Experiencias Cercanas a la Muerte (NDE). Éstos se llaman la “Fe Omega”, y están en un caso de no probar el espíritu de lo que ven para determinar quién es la fuente de la “luz” que hayan encontrado.
Cualquiera desea saber qué va a pasar cuando él o ella mueran y, si la vida –luego de la muerte- es lo que 11 millones de personas con NDE han dicho que es. Aquellos que han tenido la experiencia de muerte clínica dicen no haber experimentado dolor al momento de morir: Simplemente salen del cuerpo. Aquellos que han tenido malas experiencias, dicen que temen morir y que están asustados del Infierno que han visto.
Hubo un caso de un ciego quien, durante su experiencia, podía ver perfectamente bien y, luego de la transición de la muerte, podía contar de quienes estuvieron allí presentes, qué estaban haciendo e, incluso, qué ropa usaban... Al regresar a su cuerpo (contrariamente) regresó a su ceguera.
Otros, luego de su NDE, reportan haber ido de este mundo a otro, por medio de un túnel (o algo parecido) pero viendo un rayo de luz o un ángel con ella. La gente que ha tenido accidentes automovilísticos describe cómo tuvieron una rápida revisión de sus vidas antes del choque. Les parece posible haber revisado todo un día de sus vidas en una fracción de segundo. Entonces van al siguiente mundo, se reúnen con su gente, sus amigos, aquellos que ya han muerto, y se describen caminando tomados de brazos por los hermosos jardines del Edén. También hablan de puertas blanco perla y calles de oro. De repente encuentran barreras que no les permiten seguir más allá; si se debe a una clase de juicio en aquel lado o algo pendiente en este ¡no lo sé! Pero es usual que ante esa barrera ellos sean traídos de vuelta a este mundo de dolor, regresados a un sitio donde les presionan el pecho o les rompen las costillas para que respiren, mientras son defibrilados. Sea lo que sea que hagamos, es un mundo de dolor y ellos se resienten porque no quieren volver y aquello fue una grata experiencia.


¡Esa es la secuencia! Como cualquiera teniendo un mismo sueño por la noche, sin secreto acuerdo fraudulento alguno o sin haber leído ningún libro en común. La anoxia (total ausencia de oxígeno) no puede reproducir esto. Las drogas no pueden producirlas como tampoco una hipercarbia, ni otras cosas.
También hay cosas en común para quienes han tenido experiencias Infernales. La secuencia es muy rápida y comprimida. Por ejemplo, el creador del movimiento dela Nueva Era, Karl Jung, vio la tierra caer debajo de él y de inmediato él estuvo en “el lugar de los condenados”, tal como él mismo le llamó. Vió una bola de fuego en medio del lago y allí se encontró con Filemón, el demonio... Eso sucedió el 13 de diciembre de 1930.

De las personas que han sido artificialmente resucitadas, un 60% no tienen esas experiencias, excepto sólo un 40%. Si son cristianos nacidos de nuevo, en ese momento verán sus sueños realizados. Ven al Cristo crucificado en la cruz y, de algún modo, lo identifican con ese Ser de Luz que es Jesucristo, el Hijo de Dios.


CAPÍTULO 11: LA HISTORIA DE IAN MCCORMACK, NUEVA ZELANDA

“Toda mi vida estuvo centrada en deportes y viajes. A los 24 años de edad ya había terminando dos años viajando por el mundo, habiendo tomado un grado universitario de veterinario en la Universidad de Nueva Zelanda. Yo vivía para cualquiera que amase surfear y el buceo en ese Paraíso Terrenal llamado “Mauricio”. Solía ir a surfear y pescar con los buzos locales de la Creole y me encantaba bucear de noche.
Acostumbrado a climas más fríos que otros, sólo usaba un short de buceo de 1 mm de grueso con un traje sin mangas húmedo, don de los del lugar acostumbraban a ponerse traje completo, de un grueso de 3 a 4 mm, y era del tipo que se meten del pie hasta la cabeza. Cuatro días antes de lo que se suponía faltaba para que dejara la isla y volviese a Nueva Zelanda, me fui de buceo nocturno con unos chicos de la zona. Estuve un poco incómodo con eso de ir porque notaba, en el horizonte, nubes con descargas eléctricas amenazando tormenta; pero me dejé persuadir. Mientras buceaba esa noche un rayo de luz de mi linterna dio con una medusa, justo a mi derecha. Estuve viendo fascinado porque no era la forma “de caja” usual y poco noté –mientras se deslizaba por mi guante de cuero- que esa era la segunda criatura más mortal para el hombre y que sus toxinas han matado solas a más de 70 australianos. De hecho, hacia el norte de Australia, han matado a más gente que los tiburones. Cerca de Darwin, la ponzoña de este animal detuvo el corazón de un hombre de 38 años en 10 minutos. Repentinamente, sentí la experiencia de una inmensa descarga eléctrica en mi antebrazo, como miles de voltios de electricidad. No siendo capaz de ver lo que ocurría realmente, hice lo peor posible: Me froté el brazo, y de ese modo –sin saberlo- metí el veneno de sus tentáculos en mi piel.
Antes de que pudiera asirme a cualquier parte del coral para salir a la superficie, otras tres medusas me habían picado. Mi antebrazo lucía hinchado como un balón. Allí, donde sus tentáculos me habían punzado, ardía con ampollas y sentía como un fuego mientras el veneno comenzaba a recorrer mi cuerpo. Eso golpeó mi glándula linfática y padecía dificultad para respirar. Al momento supe que necesitaba ser hospitalizado ¡de urgencia! Cuando los tentáculos me tocaron por quinta vez uno de los buzos me arrastró hasta la playa y me tiró en el camino (el cual estaba en un lugar desolado de la isla). Acostado sobre mi espalda y sintiendo cómo el veneno hacía sus efectos, oí una voz que me decía suavemente: “Hijo, si cierras los ojos, nunca volverás a despertar”. No tuve idea de quién dijo eso pero, siendo salvavidas calificado e instructor de buceo, sabía que, a menos de que me pusieran una antitoxina, moriría rápidamente. Mis intentos por llegar al hospital eran vanos. No tenía dinero y un taxista de la India –a quien le suplicaba de rodillas que me ayudara- me recogió. Me llevó a un hotel y me echó fuera en el estacionamiento, pensando que sería incapaz de pagarle. El propietario del hotel, un chino, también se negó a llevarme en su auto al hospital, pues, pensaba que las marcas en mis brazos se debían a una sobredosis de heroína. Sin embargo, el guardia de seguridad -quien resultó ser uno de mis amigos para las bebidas- corrió por una ambulancia. Durante el viaje, mi vida corrió como un relámpago por mi mente y pensé: “Voy a morir”. Esto es lo que pasa antes de morir, Ud ve pasar una película de toda su vida en fracciones de segundos.
A pesar de ser un ateo, me preguntaba si había vida después de la muerte. Entonces el rostro de mi madre apareció y me dijo: “Ian, no importa cuán lejos tú estés de Dios. Si sólo tú clamas, si le invocas desde tu corazón, Dios te oirá y Dios te perdonará”.
Hacían 10 años desde que le hablé a mi madre sobre Dios. Fueron 10 años de una total negación de que Dios existiera, aunque ella seguía orando por mí. Más tarde, cuando regresé a Nueva Zelanda, comparé notas con ella. Dios le había mostrado mi rostro y le dijo: “Tu hijo está cerca de morir. Comienza ahora y ora por él”. Dí gracias a Dios por la devoción de mi madre, quien no había cesado de orar por la terquedad y la rebeldía de su hijo.
Habiendo viajado tanto, antes de esto, por el sureste de Asia y habiendo visto tantos dioses, pensaba para mí mismo: “Orar a Dios ¿pero a cuál?”. Pero la cara de mamá seguía allí y ella solamente había orado por el Dios de los cristianos. En ese momento recordé lo que una vez me enseñó sobre el “Padre Nuestro” y creí que podría recordarlo de memoria.
Lo que siguió fue lo que pasa a muchos durante un examen escolar. Mi mente se blanqueó por completo y lo que pude oír fue la voz de mi madre diciendo: “Desde tu corazón, hijo. Ora desde lo profundo de ti”. Al instante dije: “Dios, si eres real y esta oración es verdadera, ayúdame a recordar la oración que mi madre me enseñó. Si hay algo suave o bueno en alguna parte de mi corazón, por favor, ayúdame a recordar el Padre Nuestro”. Allí mismo, ante mis ojos, aparecían la palabras: “Perdona nuestros pecados” y supe que eso significaba que debía pedir a Dios que me perdonara por todos los pecados que cometí desde siempre; pero le dije a Dios que me sentía como un hipócrita, orando en mi lecho de muerte... Pero si era posible que Él me perdonara, entonces yo debía ser sincero para clamar Su perdón, para que me perdonara mis pecados. Pareció como si Dios hubiera oído lo que estaba en mi mente, porque otra porción de la oración vino diciendo: “Perdona a aquellos otros quienes han pecado contra ti”. Parecía fácil perdonar a quienes me han usado, robado, engañado o herido, como si no hubiera sido vengativo o agresivo con ellas. Pero mientras le dije eso a Dios, la cara del taxista hindú quien me había sacado de su auto esa noche, se apareció como a medio metro de mi rostro. “¿Puedes perdonarlo por abandonarte a morir?”, una voz me preguntó. No pude creerlo. ¡Ciertamente no estaba planeando eso! Debí haber planeado algo, pero ciertísimamente, no era perdonarlo. Antes de que pudiera pensar algo más acerca de ese hombre, me vino la imagen del chino propietario del hotel, quien tampoco quiso auxiliarme, y la voz me preguntó si lo perdonaba. ¿Qué? Allí comprendí que esto no era un viaje de caras, sino donde el camino se unía a la goma de los zapatos. Yo había querido algo real y en ese preciso momento los rostros de aquellos hombres no desaparecían, a menos que los perdonara. También comprendí que ellos habían sido sólo los dos últimos al final de una larga lista ¿qué del resto de personas? Sabiendo que eso era real, prometí a Dios que, si Él me perdonaba mis pecados, entonces yo perdonaría a esos hombres y que nunca les pondría una mano encima. Mientras los perdonaba, sus rostros desaparecían. “Tu voluntad sea hecha en la tierra, como es en el Cielo”. En ese momento pensé: “¿Tu voluntad? ¿La voluntad de Dios?” Por 24 años anduve haciendo la mía; sin embargo, le prometí a Dios que –si volvía vivo de esta experiencia- encontraría Su voluntad para mi vida, y lo seguiría todos los días de mi vida. Mientras oré esa oración, supe que había hecho la paz con Dios. Casi de inmediato, las puertas de la ambulancia se abrieron, me subieron a una silla de ruedas y –a la carrera- me metieron al hospital. Los doctores y enfermeras se apuraron. La presión de mi sangre la tomaron dos veces y mis venas habían colapsado. Los doctores me inyectaron antitoxinas con dextrosa, en un intento por salvar mi vida. Yo estaba consciente por el hecho de que, si me adormecía fuera de mi cuerpo, quedaría muerto. Sabía que no era un extraño viaje o una alucinación, eso era real. No tenía la intención de dejar mi cuerpo y morir. Yo intentaba estar despierto toda la noche, si fuera necesario, para luchar contra el veneno dentro de mi sistema.
Sintiendo que era llevado a una cama de recuperación, estando consciente de que no podía sentir nada de mis brazos, ya no podía aguantarme por más tiempo mantener los ojos abiertos. No podía mover ni mi cabeza y mis ojos estaban tan llenos de sudor que, casi no podía ver. Recuerdo que, en cierto momento, cerré mis ojos y sentí respirar con un suspiro de alivio. En ese momento, de lo que pude averiguar del hospital, morí y quedé clínicamente muerto. La cosa más seco para mí fue que, al momento de cerrar los ojos, estuve repentinamente totalmente despierto y parado cerca de lo que yo pensaba era mi cama, pero en una profunda oscuridad, preguntándome porqué los doctores habían apagado todas las luces. Yo deseaba encender alguna luz y saqué mi mano en la oscuridad, buscando en alguna parte algún interruptor en la pared, pero no hallé ninguno. Entonces me dije: “¡OK! Volveré a mi cama de hospital. Quizá me trasladaron a la sala de cuidados generales. Si llego allí, podré encender la luz”. Pero no pude hallar la cama. Mientras daba vueltas para encontrarla, pensé que mejor era me calmara un poco, porque estaba tan oscuro que no podía ni ver mi mano frente a mi cara. Cuando levanté mi mano derecha hacia mi rostro, parecía como si no lo tocase o que la mano fuera en otra dirección. Pensé: “Yo no puedo equivocar tocar mi cara”. Entonces levanté ambas manos hacia mi rostro y parecía como si me atravesara. Eso fue el sentimiento más extraño y, lo que siguió, fue mucho peor, porque comprendí que no podía tocar ninguna porción de mi forma física. Aunque tenía la sensación de ser un cuerpo humano completo, con todas mis facultades, no tenía forma tangible. Fue allí que comprendí que estaba fuera de mi cuerpo, porque cuando uno muere el espíritu deja a su cuerpo.
Mi siguiente pensamiento fue: “¿En qué lugar de la tierra estoy?”, porque pude sentir el más intenso y difuso mal prevaleciendo en toda la oscuridad a mi alrededor. Era como si la oscuridad tomara una dimensión espiritual. Había una total presencia espiritual maligna, la cual comenzó a moverse hacia mí. Aunque no podía verla, sentí como algo me miraba en las tinieblas. Entonces, desde mi derecha, vino una voz que gritó: “Calla”. Mientras me alejaba de la voz, otra, desde la izquierda, gritó: “Tú mereces estar aquí”. Mis brazos vinieron en alto para protegerme y pregunté: “¿Dónde estoy?”. Una tercera voz, replicante, respondió: “¡Tú estás en el Infierno! Así que cállate”. Algunas personas tienen la idea de que el Infierno es una gran fiesta, pero puedo decirles que es bien difícil agarrar su cerveza allí abajo, incluso encontrar su propia cara. Estuve allí, en esa oscuridad, bastante tiempo como para meter el temor de Dios dentro de mí ¡hasta la eternidad! Ud se puede preguntar para qué me llevó Dios a ese lugar, pero luego me dijo que, si no hubiera hecho esa oración en el lecho de muerte –allí en la ambulancia- me habría quedado en el Infierno. ¡Gracias a Dios por Su Misericordia! Quien escuchó esa oración -de labios de un pecador- en los últimos segundos de su vida.
“Aunque camine a través del valle de la sombra de la muerte y en una profunda oscuridad, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo”. (Salmos 23:4)
Yo había hecho a Dios mi Señor y mi Pastor ¡justo antes de morir!, y me condujo a través de esa valle de muerte; pero en el momento de la más profunda oscuridad, una luz brillante me alumbró y me condujo directamente hacia afuera. No fue como si caminara, sino como un traslado, de una forma sobrenatural. Mientras era llevado dentro la luz, parecía tocarme la cara y ajustarme todo el cuerpo, como si hubiera atravesado la oscuridad más densa para absorberme hacia fuera. Volviendo la vista, pude ver la oscuridad desvanecerse en toda dirección, y pode sentir el poder y la presencia de esa luz que me llevaba dentro de una abertura circular bastante lejos de mí, como si fuera una partícula de polvo atrapada en un intenso rayo de luz. Casi inmediatamente entré por el agujero y, mirando hacia abajo de ese túnel, pude ver la fuente de esa luz. El poder, la pureza radiante que fluía de ella, era maravillosa. Mientras la miraba, una onda de luz -más delgada e intensa- salió de la fuente y llegó hasta mí (a una velocidad increíble) como para saludarme desde el túnel. Una onda cálida y confortable –literalmente- cruzó todo mi cuerpo y tuve la experiencia más increíblemente reconfortante de toda mi vida. Cerca de la mitad del túnel, otra onda de luz destelló y vino hasta mí. Al tocarme, sentí la paz más maravillosa deslizándose en mis adentros y exactamente de la misma forma que antes. Eso fue una paz total… En mi pasado, busqué la paz en la educación, en los deportes, en los viajes y en cualquier forma posible ¡siempre me evadía ella! Esta paz, sin embargo, era viva y vívida, y parecía permanecer mientras esta luz estuviese depositada dentro de mí. Previamente, en la oscuridad, no podía ver nada. Pero ahora, en la luz –para maravilla mía- veía mi mano, como si fuera un espíritu, totalmente blanca y radiante de luz, misma que venía del túnel.
Quise seguir y moverme, en ese momento, otro haz de luz vino; la emoción de un gozo totalmente puro me envolvió. En Nueva Zelanda le diríamos “Llevado hasta el máximo”. Lo que ví luego “sopló mi mente”. Ví como un fuego blanco o una montaña de diamantes destellando con el brillo más indescriptible. Mientras me paraba al final de este túnel de luz, hacia la izquierda, justo arriba de mí –en todas partes- parecía llenarse a plenitud la iridiscencia de esa luz, incluso alcanzando los extremos de mi visión y hacia afuera, en el infinito. Por un momento me pregunté si habría una persona allí dentro, en el centro de ese brillo o si era una fuerza de bien o poder en el universo. Una voz salió de la luz y me dijo: “¡Ian! ¿Quieres volver?” De momento no pude comprender “¿Volver a dónde?”, pensé. Pero al mirar sobre mi hombro ví volver el túnel hacia la oscuridad y pensé en la cama del hospital y comprendí que no sabía donde estaba y las palabras volvieron de mí: “Quiero volver”. La voz me respondió: “Ian, si deseas volver, debes ver en una nueva luz”. Al momento de escuchar “Ver en una nueva luz”, aparecieron frente a mí las palabras: “Dios es luz y en Él no hay oscuridad alguna” (Juan 1:15). Esas fueron las palabras que me dieron en una postal navideña en Sudáfrica, pero no sabia que habían sido tomadas del Nuevo Testamento. Mientras las ví, comprendí que la luz habría estado llegando de Dios y, si así era, ¿Qué estaba haciendo yo aquí?
Debe ser que se equivocaron, porque yo no merezco estar aquí. “Si Él conoce mi nombre y si sabe aún mis pensamientos, soy transparente para Él. El puede verlo todo, incluso lo que he hecho en mi vida. Me voy de aquí”. Comencé a retirarme, buscando alguna roca para arrastrarme y volver hacia abajo por el túnel donde pensé pertenecía. Mientras me retiraba lejos de Su presencia, oleadas y ondas de pura luz comenzaron a fluir en mí. La primera onda que me tocó causó en mis manos y en mi cuerpo un cosquilleo, como si sintiese el amor profundizar en quien yo era, hasta el punto de inmovilizarme de vacilación. Entonces otra onda vino y otra. Pensé: “Dios tú no puedes amarme. He cometido tantos pecados ¡Te he maldecido! Y he roto tus mandamientos.” Las ondas de amor siguieron llegando y cada frase de confesión era seguida por otra oleada de amor, hasta que me detuve allí -para llorar- mientras que el amor de Dios me lavaba una y otra vez. Yo no podía creer que Dios pudiera amar a alguien tan despreciable y sucio como yo. Así, mientras estuve en Su presencia, el amor se hizo fuerte y más grande, hasta que sentí que –si sólo caminase dentro de la luz- podría verlo y sabría quién era Dios. Caminé poco a poco, hasta que la luz se abrió de forma repentina y pude ver los pies desnudos de un hombre con vestiduras blancas deslumbrantes alrededor de sus tobillos. Mientras ví hacia arriba, parecía como si la luz emanara de los poros de toda Su cara, como joyas brillantes despidiendo una luz y un poder de cada faceta. En total asombro con la vista de tal brillantez y pureza delante de mí, comprendí que, de hecho, esta persona debía ser Dios. Sus ropas parecían hechas de luz trémula, en sí misma. Caminé hacia delante con el deseo de ver Sus ojos, pero cuando me detuve frente a Él, se alejó como si no quisiese que eso pasase. Mientras se movía, ví lo que me pareció ser un nuevo planeta Tierra, mostrándose ante mí. Ese nuevo mundo tenía pastos verdes con la misma luz radiante que salía de Dios. En medio de sus campos corría un río claro como un cristal, con árboles a ambos lados de sus orillas. Había cimas verdes, montañas y cielos azules sobre mi derecha. Hacia mi izquierda ví prados con flores y árboles. Parecía un jardín del Edén o ¡el mismo El Paraíso!
Cada parte de mí sorbía de esto y decía: “Acá pertenezco. Fui hecho para este lugar. He viajado el mundo buscando esto”. Deseaba entrar y explorar, pero tan pronto dí un paso, Dios apareció en mi camino y me preguntó: “¡Ian! Ahora que has visto ¿quieres entrar o regresar?” Imagínese Ud llegar a un lugar así, con un simple movimiento de labios, por medio de una plegaria en el lecho de muerte. Imagínese que Ud supiera que, justo atrás de Dios, está un lugar donde no hay más enfermedad, no más muerte ni dolor, ni clase alguna de pena o guerra, donde sólo hay vida para la eternidad ¿qué haría Ud?
¡Créame! Yo no tenía planes de volver a este lugar dónde me sacaron. Yo estuve a punto de decirle adiós a este cruel mundo que conozco y quedarme en aquel. Pero en ese instante miré atrás de mi hombro y tuve una clara visión de mi madre mirándome. Ella había orado por mí cada día de mi vida y trató de mostrarme el camino de Dios. Comprendí que –si me quedaba- ella pensaría que me habría perdido e ido directo al Infierno; puesto que no se había enterado de mi arrepentimiento en la ambulancia ni de mi entrega total a Dios.
Ante esas circunstancias dije: “¡Señor! No puedo seguir y quedarme. ¡No puedo ser egoísta! Debo volver y decirle a mi madre que, lo que ella cree, es real”. Al volver la mirada ví toda mi familia y cientos de miles de personas extendiéndose atrás, en la distancia. Pregunté a Dios quiénes eran esa personas y Él me dijo que, si yo no volvía, muchas de esas personas a quienes pude ver tendrían poca posibilidad de tener la oportunidad de oír acerca de Él. Mi respuesta fue que yo no los amaba, pero al expresarle ese sentimiento, Dios me dijo: “¡Pero yo sí! Y yo quiero que ellos vengan y me conozcan”.
¿Cómo iba yo a volver?
Dios me indicó inclinar mi cabeza, sentir un líquido correr de mi ojo y luego abrirlo y mirar. A poco me encontré con un ojo abierto. Había un doctor al extremo dela cama con un instrumento afilado punzando mi pie. Cuando volteó y me miró, la sangre drenó cayendo en su cara y Ud podría haberlo visto pensando: “¡Un muerto ha abierto su ojo!”
Todavía tratando de entender lo que yo había visto, escuché la voz de Dios susurrar: “¡Hijo! Acabo de volverte a tu vida”. Mi respuesta al Señor fue que, si esto era cierto, que me permitiera tener fuerza para girar mi cabeza y poder ver por el otro ojo. Mientras Dios me fortificaba para abrir mi ojo izquierdo, ví enfermeras y asistentes por el pasillo del cuarto. Ellas se quedaron afuera mirando sorprendidas, con la boca abierta. Yo estuve muerto por 15 minutos, pero ahora me sentía más vivo.
Traté de mover mi cuello. Pensé que si había estado muerto tanto tiempo, podría quedar cuadripléjico para el resto de esa vida. Entonces, le pedí a Dios me sanara por completo, que me permitiera caminar fuera de ese hospital, y de otro modo, que me volviera al Cielo. Luego de unas cuatro horas, sentí que el poder y el calor volvía a mi cuerpo y, al día siguiente, pude salir caminando del hospital, completamente sanado. ¡Creo en la sanidad! ¡Creo en el poder de la Resurrección! Creo que Jesucristo murió por nuestros pecados en la cruz, que se levantó de entre los muertos, y que es la Resurrección y la Vida.
¿Qué iba yo a hacer luego?
No había a nadie más a quien preguntarle. Él me dijo que era un cristiano nacido de nuevo y que leyera Su palabra, la Biblia. A lo largo de 6 semanas, leí desde Génesis hasta Apocalipsis. Mientras leía la Escritura, todo lo que había visto en el Cielo estuvo descrito en esos libros. En el capítulo Uno de Apocalipsis leemos de Jesús, vestido con ropas blancas y de Su rostro brillando como el sol, con 7 estrellas en Sus manos. El Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. En el capítulo 22 de las revelaciones de Apocalipsis leí del río de la vida, con árboles en ambos lados dando sus frutos. En el mismo capítulo decía que, quienes bebiesen de esa agua, nunca tendrían sed jamás. Leí que la luz de la presencia de Dios mantenía iluminado al Nuevo Cielo y la Nueva Tierra sin la necesidad de sol o de luna, porque Su radiante presencia llenaría a todo el universo.
Comprendí Juan 8:12. Jesús dijo que Él era la Luz del Mundo, y aquellos quienes viniesen a Él no caminarían más en la oscuridad, sino que tendrían la Luz de la vida. Al seguir leyendo el Evangelio y las Epístolas, leí algo sobre volver a nacer en Juan 3:3, teniendo la certeza del perdón de pecados y el ser capaz de poder invocar Su nombre. Así supe que Jesús estaba vivo.
Desde esa experiencia en Mauricio, el Señor me ha conducido a un ministerio cristiano a tiempo completo. Después de pasar algún tiempo en una granja de Nueva Zelanda con mi hermana y su esposo, donde Dios me capacitó y ayudó a resolver mi vida, pasé seis meses en mi iglesia local de Hamilton. A mediados de 1983 me uní a Juventud Con Una Misión, navegué con ellos seis meses por el océano Pacífico, llevando el Evangelio de Jesucristo por esa área. Luego sentí que el Señor me hablaba a través de Apocalipsis 7:9, para que volviera al sureste de Asia y le ministrara a las tribus no evangelizadas de Malasia. Por tres años trabajé en las junglas de Sarawak y en la península principal. Durante ese tiempo conocí a la que sería mi esposa, Jane, quien fue enviada allá por su iglesia de Canadá para un viaje misionero de corto término. Antes de regresar a Nueva Zelanda en 1988, trabajé en el staff pastoral de una iglesia de Singapur. Jane y yo nos casamos más tarde, ese mismo año, en Canadá y creo que el Señor me dijo que tomara un año de vacaciones para dedicarme a mi esposa, de acuerdo con lo escrito en Deuteronomio 24:5. Luego, los dos trabajamos juntos a tiempo completo en una Iglesia de Canadá. Después de volver a trabajar en mi iglesia local por tres años, el Señor imprimió en mí el deseo de que llevase mi experiencia de salvación a todas las naciones por un período de tres años y medio (Desde marzo 1993 hasta septiembre 1996).
Hemos hecho esto y ahora espero asentarme en Nueva Zelanda, para servir al Señor y tener una familia. Nos hemos maravillado por las bendiciones de Dios en nuestras vidas. El deseo de nuestros corazones es compartir Su Amor Incondicional y Su misericordia con cualquiera que tengamos contacto.”
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Ian McCormack ha estado siguiendo a Jesucristo como su Señor personal y Salvador desde esa experiencia en 1982. Ian es un ministro ordenado con la Asamblea de Dios en Nueva Zelanda. Ha trabajado con los cazadores de cabeza de Borneo y en los campamentos de refugiados del Sudeste de Asia. Él ha sido pastor de Iglesias y ha viajado, con su familia, por 24 naciones distintas compartiendo su testimonio.

Contactos con Ian: www.aglimpseofeternity.org

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