La semana pasada (Enero 26, 2016) conocí a Richard.
Estábamos en una cola para comprar alimentos y, de tanto hablar de política,
terminamos tocando el tema de Dios y, la verdad, cada día confirmo que Dios no
tiene favoritos y, si alguno podría serlo, es sólo Aquel quien haya cumplido Su
voluntad a cabalidad: Jesucristo.
Una de las
historias que me gustaría transcribir -literalmente- fue aquella en la que él
asistió a la iglesia de su pueblo y, tras entrar solo y apesadumbrado, notó que
uno de los papeles en la cartelera de anuncios amenazaba desprenderse y, casi
por instinto, tomó otro alfiler y lo fijó en la superficie de corcho, para que
no se cayera.
Avanzó hacia el
altar y se arrodilló en una de las bancas. Antes de cerrar sus ojos a la
oración, notó que una de sus tías había entrado y se postró a cierta distancia
de su sitio, haciendo un breve guiño de saludo, por el fortuito encuentro.
Al orar, Richard
pidió dirección divina. Su vida pasaba por un trance económico y por un
problema de parejas desagradable, a lo que rindió su voluntad buscando la del
Eterno.
-¡Dios! ¡Por favor!
Indícame lo que he de hacer y, además, estoy sin empleo y ya sabes que tengo
hijos que me necesitan…
No habría pasado un
par de minutos cuando sintió que algo golpeo su espalda y, al mirar tras de sí,
no vio a nadie y, para su sorpresa propia, ni su tía -a distancia- parecía
advertir la interrupción de aquella devoción.
-¡Qué? No puede
ser…
Aquella hoja que
fijó a la cartelera, aquel papel que parecía desprenderse al avance de su paso,
había llegado sobre su espalda, como si un ángel la hubiera lanzado por
respuesta a su oración.
-¡Increíble! Haré
esta oración en particular…
Al salir del sitio,
compartió la noticia con su tía y ella le indicó lo que debía hacer.
-¡Mijo! Haga lo que
allí dice y, al sacar las 10 copias, vuelva a pegar las hojas en esa cartelera.
-¡Tía! Es que no me
explico cómo una hoja pudo volar tan lejos sola y, fíjese que aquí el viento no
sopla desde hace días.
-¿Ud no entiende?
Eso ha sido un milagro… Usted y yo éramos los únicos en la iglesia y yo no se
la tiré.
-¡Lo sé! ¡Lo sé!
Antes de que
terminaran su charla, una llamada telefónica llegó al celular de Richard.
-¡Buenos días! ¡A
su orden!…
-¿Usted está
ocupado trabajando con alguien, Richard?
La llamada era para
ofrecerle un empleo. No amerito narrar los detalles que él gratamente ha
compartido conmigo.
La tía, por su
parte, estaba inmiscuida en una campaña pro-fondos y, al parecer, eran para
financiar el movimiento carismático de esa parroquia provinciana.
-¡Hmm! Me quedan
sólo tres números de esta rifa… Voy a anotar a tal y tal y -también- a Richard.
Al día siguiente, al revisar los resultados, su tía supo que la Biblia que
rifaban los carismáticos, tenía dueño.
-¿Dónde está
Richard? Preguntó la tía al visitar los parientes de Richard. Dígale que le
traigo una noticia.
-¡Bendición, tía!
Saludó aquel, al sentirse visitado y ansioso. ¿Qué la trajo por aquí?
-Ayer, después que
nos vimos, hice algo de lo que usted nada sabría… Al notar que sólo me quedaban
tres números para un sorteo, decidí incluirlo a usted y, pagando yo misma el
monto de los terminales que me quedaban, hoy me han informado que el número que
le escogí, resultó el ganador.
-¿Ganador de qué,
tía?
-¡De esta Biblia
que le traje, mijo!
Hubo un revuelo en aquellacasa. Al
saberse la noticia, Richard tuvo qué referirles el asunto del papel que cayó en
su espalda mientras oraba, la llamada de un trabajo que le otorgaron y, por si
alguien dudase de la verdad de esos milagros, esa Biblia confirmaba que -los
milagros- pueden presentarse juntos un mismo día.
Una cosa es
transcribir todo lo que Richard y yo conversamos en ese encuentro, y otra es
leer y digerir esta porción de un gran milagro: Dios no tiene favoritos.
A.T.
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