Sunday, July 03, 2011

Soliloquios, Julio 2011


Educación:


Educación:

La semana pasada conversaba con la madre de uno de mis amigos. Le comentaba sobre el mérito que ellas deberían compartir con sus hijos, a la hora de recibir las calificaciones que éstos exhiben en los boletines. Ellas tienen mucho mérito -no reconocido- en eso de los sacrificios que hacen para que la prole sea profesional y, en medio de esa abnegación de levantarse a madrugadas (para darles la comida, arreglarle las ropas, incluso otras cosas) muchas madres se conforman con el premio “anónimo” de verles crecer, hacerles independientes; aunque unas pocas (todavía) tienen que ver con asuntos personales, como eso de la orientación sexual, la selección de parejas, y hasta el gusto por la escogencia de colores, amigos y ropa.

No todas tienen ese apego umbilical. Lo mismo podría decirse de padres, quienes -por razones de oficios- tienen la costumbre de mantenerse al margen, más distanciados, y quizá muy ajenos de una serie cosas que no deberíamos (entre ellos me incluyo) de las que nunca podríamos liberarnos en consecuencia: Las recriminaciones maternas y filiales.

Comparé, en aquella conversación, la situación paralela que debían compartirse madres e hijos, al momento de las graduaciones. Si unas y otros debían asistir a un protocolo, llevando togas y birretes… Esas madres y padres protectores -también- deberían recibir a una explícita premiación, pues, si aquellos fueron consecuentes con sus materias, sus trabajos (más allá de la tesis) madres y padres (también) apoyaron con labores, con servicios y trabajos y dinero, para que la progenie no padeciera los problemas económicos propios de la crasa ignorancia... ¡Ellas lo lograron! (con ellos, por ellos).

Mi amiga reía, mientras yo comentaba alocadas ideas de lo que pensaba y, como respuesta, comentó el sinnúmero de veces que se levanta a las 3 am para que sus chicos puedan ir al liceo, para dejarles el desayuno, la ropa, etc. (aunque esos jóvenes ya están en edad de hacer solos muchas tareas del hogar).

La imaginé vieja, más cansada, y se lo hice saber: “¿qué pasará cuando vayan a la universidad?”. Cuando el incremento de sus gastos materiales y físicos, sin que ellos reparen en la inocente ignorancia de esos costos que producen. “No parecen tener control real a este desgaste y malbaratamiento”.

Algunos no contemplan un trabajo a destajo -por horas- y no se aventuran a producir, por ellos mismos, algo de dinero. Algo que comienza a hacer uno de mis hijos, con natural reticencia.


Con todo, ¡Vi una madre feliz!


Uno los trajo al mundo –replicando, decía- y, más allá de lo posible, se procurará encaminarlos para que hallen su independencia económica (interdependencia, más bien, le dije), para que responsablemente -como adultos- decidan el curso final de sus vidas.



Sería ideal -no sé si eso exista- que alguien crease una especie de biblioteca de links, más allá de una asociación perfecta de padres y maestros, donde uno consultase sobre temas educacionales y se forjara otra carrera; para ayudar y auto-ayudarse.

Si hubiera una estructura curricular, gratuita y pública, donde hombres y mujeres accediéramos a esa suerte de información académica, si dispusiéramos del tiempo que nos formase NO PARA SER OTRO OBRERO, sino un empresario; como tutor para un prospecto “dueño de negocios”... ¡Eso me gustaría para mis hijos! (pero pocos son profetas en su tierra).

Uno debe formar a sus hijos para ser un creador de empleos, en lugar de ser sólo un segundón, como lo dice -en sus propias palabras- Robert Kiyosaki, ( http://www.librosgratisweb.com/libros/padre-rico-padre-pobre.html ) es una necesidad en el medio nacional y personal de lo que hoy adolecemos…

Veo difícil que uno obtenga pleno beneficio de ser ciudadano y ciudadana del conocimiento, este que se expande con gratuidad a través del cibermundo. Hay momentos en que reniego de tanto ser que se dedica a dañar las computadoras de muchos... Estoy tan consciente de ese mal -de mi maledicencia incluso- que no debería guardar tanto rencor por ser testigo del daño que causan a otros (incluso, su maldad me beneficia y perjudica, a veces) pero es tan detestable esto de la deslealtad “troyana”, esa que te envía una cosa para sacarte otras (…)


Siento pena haber perdido interés al estudio, cuando niño.

De hecho -algo más de una década- dejé el estudio formal en la adolescencia para dedicarme a cosas que, al presente, no tuvieron orientación profesional, sino vocacional. No que haya adolecido de soporte parental, esa clase de apoyo que dinamiza a los hijos de mis amigos; sino que me permitieron decidir, algo temprano, cosas que ahora entiendo con otra libertad y, en ese ejercicio inmaduro de la voluntad, muy pocas de mis decisiones fueron las mejores y, aunque padecí las mismas inconveniencias económicas que muchos y, si las comparo con otros, mi condición tuvo algunas ventajas.


Todo lo que soy, por insignificante o “mucho” que parezca, es producto de las decisiones: No voy a culpar o a endosar mi éxito o fracaso a nadie. Yo así, bien o mal, ¡lo decidí! Y agradezco a mi abuela, a mi padre y madre en este soliloquio, ese haberme dejado decidir...

Pudo haber más orientación familiar, pudo haber rigidez o resistente exigencia; sin embargo, no la hubo. No lo resiento, sino que lo declaro y lo proclamo. ¡Gracias a los míos! Por otro lado, los excuso: Al morir mi abuela agonizaba ya el nexo de la familia…


¿Cómo sería la vida familiar de Jesús?

Esa forma de vida bucólica que solemos imaginarle en algunas pinturas, la del pastor buscando a sus ovejas, alimentándolas y cargándolas sobre Sus hombros ¿hasta qué punto es cierta o real la imagen?

Hace dos mil años, la escuela -en su forma actual- no existía. En esa época, mucho más que hoy, tener un libro era más que un privilegio, no sólo por lo costoso de un pergamino o un rollo de cuero escrito (que era la forma de almacenarlos); sino que, para tener el espacio y una modesta biblioteca, habría que ser de veras ricos…

¿Qué hay de nuestros espacios? ¿Cuánto polvo hay en esas repisas para libros?

Imagine cuánta atención requería mover un volumen pesado de antiguos escritos, cuidarlos de la humedad, del ataque de insectos que venían a comerse los trozos de cuero que servían de asiento a cada letra o a dañar cada delicada página del pergamino o vélum...

Jesús, en relación a Sus padres terrenales, era pobre.

La escuela terrenal que tuvo el Señor no fue como la de esos que van a “La Salle” ni al “Madre Emilia”, sino a una sinagoga local -la institución del caso- capaz de alojar volúmenes de libros en cada pueblo, donde maestros (doctos en la ley judía y la cultura de su tiempo) dedicaban clases públicas a la concurrencia: No todos asistían, por cierto. No tanto por segregación económica o discriminación de clases, sino por las distancias, carecía de medios de transporte urbano y masivo, y que la gente de esos días, como hoy, daba más prioridad al pan que al saber… ¿No es eso lo que os da mejor posición para un empleo?


Imagínese a un Jesús no citadino.

Uno que no tuvo una iniciación escolástica ni formación académica formal ni convencioal, como la que hoy tenemos y oímos. Piense en ese “niño” Jesús que no tuvo la escuela que nosotros tuvimos y, por alguna razón, despreciamos o desperdiciamos por una vocación o vicio.

Véalo correr junto a esos niños que -año tras año- crecen y han tenido que borrar todas las notas escritas en grafito durante meses, antes de poder iniciar las clases en el grado siguiente…

Identifíquenlo con aquellos que borraron sus cuadernos de clase, porque no tienen dinero suficiente para comprar otros nuevos, año en año...

¿Por qué no cuidar esas libretas o compartirlas con lo que tienen menos que nosotros?



Este Jesús -el histórico- no tuvo cuadernos a raya; sino una pizarra y un ábaco; pero puede verlo como miles de chicos que han de ir a la escuela con zapaticos viejos, ropas gastadas y, sin embargo, asisten a sus clases porque “desean ser alguien en la vida” (dígales que son “alguien” al momento de su venida a su mundo) (dígales que son personas importantes por ser quiénes son, y como son) (reprográmelos).

Yo veo a un Jesús que se humilló y aprendió de esa condición del ser, de cada quien, en el tiempo y el espacio de los que hizo suyos. Lo veo en la sinagoga, “aprendiendo” de los rabinos, aprendiendo de sus condiscípulos; así como de Su madre -María- y de Su “padre”, José el carpintero.

A este Jesús que yo amo y proclamo con palabras, lo veo en el taller de Su padre (putativo) haciendo muebles y cortando piezas de madera. Lo veo como joven correteando una verde pradera, rodeado de manadas de ovejas y asistiendo a una sesión de clases campestre, donde un pariente cariñosamente se ofrece a mostrarle “cómo ordeñar una vaca u oveja”.

El Maestro aprendió a vivir y a convivir en todos los campos de la dimensión humana; mientras estuvo en esta condición que -deliberadamente- asumió con el propósito de enseñarnos a vivir para ser dignos de una eternidad… Hace años yo no pensaba así y, tras décadas de negarlo, maldecirlo y blasfemarlo, tuve que entender -por experiencia- que Dios es una realidad, así como muchos seculares, tipo Lin Yutang: “El hombre superior ama su alma; el hombre inferior ama su propiedad” (La Importancia de Vivir, 1937). Aunque con el tiempo, su sabiduría académica se inclinó hacia el cristianismo que negaba (como yo), reconociendo la pedagogía y la docencia espiritual que introdujo Cristo a la cristiandad, por encima del factor religioso judío (pero ya no tengo mis anotaciones).


(…) De momento, no sé cómo manejará cada madre el asunto de la libertad, la pertenencia del sí mismo que tiene que ver con cada decisión individual de los hijos; pero la posesividad en ese cordón materno o paterno -cosa que no domino- no es ya asunto mío y se lo respeto.

A.T.

Julio 4, 2011. Petare.